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.Por primera vez, la reina la miró directamente, y Clary sintió deseos de retroceder.—Lo cierto es, Clarissa Morgenstern, que eres precisamente la persona correcta—Sus ojos centellearon al advertir la inquietud de la muchacha—.Gracias a los cambios que tu padre realizó en ti, no te pareces a ningún otro cazador de sombras.Tus dones son distintos.—¿Mis dones? —Clary estaba perpleja.—El tuyo es el don de palabras que no pueden pronunciarse —le dijo la reina—, y el de tu hermano es el don del propio Ángel.Vuestro padre se aseguró de ello cuando tu hermano era un niño y antes de que tú nacieras siquiera.—Mi padre jamás me dio nada —declaró Clary— Ni siquiera me dio un nombre.Jace parecía tan perplejo como Clary.—Si bien los seres mágicos no mienten —dijo el chico—, se les puede mentir.Creo que habéis sido víctima de un truco o una broma, mi señora.No hay nada especial en mí o en mi hermana.—Con qué destreza quitas importancia a tus encantos —replicó la reina con una carcajada—.Aunque debes de saber que no perteneces a la clase corriente de muchacho humano, Jonathan.Pasó la mirada de Clary a Jace y a Isabelle —que cerró la boca que había mantenido abierta de par en par—, y volvió a mirar a Jace.—¿Es posible que no lo sepas? —murmuró.—Sé que no dejaré a mi hermana en vuestra corte —contestó Jace—, y puesto que no hay nada que averiguar ni de ella ni de mí, ¿quizá nos haríais el favor de liberarla? —prosiguió con voz cortés y fría como el agua, aunque sus ojos dijeron:«¿Ahora que ya os habéis divertido?»La sonrisa de la reina fue amplia y terrible.—¿Y si os dijera que puede ser liberada mediante un beso?—¿Queréis que Jace me bese? —inquirió Clary, perpleja.La reina soltó una carcajada, e inmediatamente, los cortesanos copiaron su alborozo.Las carcajadas fueron una singular e inhumana mezcla de risotadas, chillidos y cloqueos, como los agudos alaridos de animales que sufren.—A pesar de los encantos del joven —repuso la reina—, ese beso no liberaría a la muchacha.Los cuatro se miraron entre sí, sobresaltados.—Podría besar a Meliorn —sugirió Isabelle.—No.A nadie de mi corte.Meliorn se apartó de Isabelle, que miró a sus compañeros y alzó las manos.—No pienso besar a ninguno de los tres —declaró Clary con firmeza—.Que quede claro.—NI falta que hace —dijo Simón—.Si un beso es todo.Fue hacia Clary que estaba paralizada por la sorpresa.Cuando la tomó por los codos, ésta tuvo que contener el impulso de apartarle de un empujón.No es que no hubiese besado a Simón antes, pero ésa hubiera sido una situación muy peculiar, incluso si ella se sintiera cómoda besándole, que no era el caso.Y sin embargo era la respuesta lógica, ¿no? Sin ser capaz de evitarlo, dirigió una veloz mirada por encima del hombro a Jace y le vio poner mala cara.—No —dijo la reina, en una voz que era como el tintineo del cristal—.Tampoco es el beso que quiero.Isabelle puso los ojos en blanco.—Ah, por el Ángel.Mirad, si no hay otro modo de salir de aquí, besaré a Simón.Lo he hecho antes, no es tan malo.—Gracias —dijo éste—.Resulta de lo más halagador.—Es una lástima —respondió la reina de la corte seelie, y su expresión estaba cargada de una especie de cruel placer, que hizo que Clary se preguntase si lo que deseaba no era tanto un beso como contemplarles a todos presas del desasosiego—, pero me temo que ese tampoco servirá.—Bueno, pues yo no voy a besar al mundano —indicó Jace—.Preferiría quedarme aquí abajo y pudrirme.—¿Para siempre? —dijo Simón—.Para siempre es una barbaridad de tiempo.Jace enarcó las cejas.—Lo sabía —repuso—.Quieres besarme, ¿verdad?Simón alzó las manos con exasperación.—Claro que no.Pero si.—Imagino que es cierto lo que dicen —observó Jace—.No hay heterosexuales en las trincheras.—Es ateos, imbécil —exclamó Simón, enfurecido—.No hay ateos en las trincheras.—Aunque todo esto es muy gracioso —intervino la reina con frialdad, inclinándose hacia adelante—, el beso que liberará a la muchacha es el beso que más desea.—El placer cruel presente en su rostro y su voz se habían intensificado, y las palabras parecieron clavarse en los oídos de Clary como agujas—.Únicamente ése y nada más.Simón tenía la misma expresión que si la mujer le hubiese pegado.Clary quiso tenderle la mano, pero se quedó paralizada, demasiado horrorizada para moverse.—¿Por qué hacéis esto? —exigió Jace.—Yo más bien creía que te había un favor.Jace enrojeció, pero no dijo nada.Evitó mirar a Clary
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