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.Estuvo hablando conmigo todo el tiempo, con bastante lucidez.No había signos de incomodidad, solo de irritación.Entonces la red me dijo que iba a intentar la desfibrilación.No hace falta que diga que en aquel momento empezó a mostrar inquietud.—¿Y entonces qué pasó?—Intenté quitarle la red, pero con todos los tubos que tenía introducidos me di cuenta de que no podría hacerlo en los segundos que tenía antes de comenzar la desfibrilación.Solo pude apartarme de él.Podría haber muerto yo también si llego a tocarlo.—¡Miente! —gritó el médico.—No le hagáis caso —dijo Sky tranquilamente—.Es lo que debe decir, ¿no? No digo que esto fuera deliberado.—Dejó que la palabra flotara en el aire, para que pudiera acomodarse en la imaginación de la gente antes de continuar—.No digo que fuera deliberado, solo que se trata de un terrible error causado por el exceso de trabajo.Miradlos.Estos dos hombres están al borde de la depresión nerviosa.No es de extrañar que empiecen a cometer errores.No deberíamos culparlos por eso.Ya estaba.Cuando la conversación se reviviera en la memoria de la gente, lo que permanecería no sería la imagen de Sky intentando zafarse de la culpa, sino la de Sky siendo magnánimo en su victoria; incluso compasivo.Lo verían y aplaudirían, mientras que al mismo tiempo admitirían que había que asignar su parte de culpa a los médicos sonámbulos.No verán nada de malo en ello, pensó Sky.Un anciano importante y respetado había muerto en circunstancias lamentables.Era correcto y decente que se quisiera culpar a alguien.Se había cubierto bien.Una autopsia revelaría que el capitán había muerto de un fallo cardiaco, aunque ni la autopsia ni la lectura de la memoria de la red protésica ayudarían a aclarar la cronología de la muerte.—Lo has hecho muy bien —dijo Payaso.Cierto; pero Payaso se merecía también parte del mérito.Había sido él el que le había dicho que le desabrochara la túnica a Balcazar mientras dormía y el que le había enseñado a acceder a las funciones privadas de la red de modo que pudiera programarla para administrar un impulso desfibrilador aunque el capitán estuviera tan bien como siempre.Payaso había sido listo, aunque en cierto modo Sky sabía que siempre había poseído aquellos conocimientos.Pero Payaso los había rescatado de su memoria y se lo agradecía.—Creo que formamos un buen equipo —dijo Sky entre dientes.Sky observó los cadáveres de los hombres caer al espacio.Valdivia y Rengo habían sido ejecutados de la forma más sencilla de la que disponían a bordo de una nave espacial: asfixia en un compartimento estanco, seguida de eyección al vacío.El juicio por la muerte del anciano había durado dos años de tiempo de la nave; muy lentamente, conforme se interponían las apelaciones, se encontraron discrepancias en la historia de Sky.Pero las apelaciones fallaron y Sky había conseguido explicar las discrepancias hasta contentar a casi todos.En aquellos momentos un séquito de oficiales de rango superior de la nave se arremolinaba en torno a las portillas adyacentes para intentar echar un vistazo a la oscuridad.Ya habían oído a los hombres moribundos golpear la puerta de la esclusa mientras el aire salía de la cámara.Sí, había sido un duro castigo, reflexionó Sky.sobre todo dada la poca experiencia médica que quedaba a bordo de la nave.Pero tales crímenes no podían tomarse a la ligera.Casi no importaba que aquellos hombres no pretendieran matar a Balcazar con su negligencia, aunque la falta de intención en sí seguía abierta a la especulación.No; a bordo de una nave la negligencia era un crimen poco menor que el motín.También hubiera sido negligente no convertir a aquellos hombres en ejemplo.—Los has asesinado —dijo Constanza, en voz lo bastante baja como para que solo él lo escuchara—.Puede que hayas convencido a los otros, pero no a mí.Te conozco demasiado bien, Sky.—No me conoces en absoluto —dijo Sky con un siseo.—Ah, pero sí que te conozco.Te conozco desde que eras un niño.—Ella sonrió de forma exagerada, como si los dos compartieran un divertido cotilleo—.Nunca has sido normal, Sky.Siempre has estado más interesado en cosas retorcidas, como Sleek, que en la gente real.O en monstruos como el infiltrado.Lo has mantenido vivo, ¿verdad?—¿Mantenido vivo a quién? —preguntó Sky con una expresión tan forzada como la de Constanza.—Al infiltrado.—Ella lo miró con ojos entrecerrados y suspicaces—.Si es que ocurrió así de verdad.De todos modos, ¿dónde está? Hay cientos de lugares en los que podrías esconder una cosa como esa a bordo del Santiago.Algún día lo averiguaré, ¿sabes? Pondré fin a los experimentos sádicos que estés llevando a cabo.De la misma forma que probaré que les tendiste una trampa a Valdivia y Rengo.Tendrás tu castigo.Sky sonrió y pensó en la cámara de tortura en la que guardaba a Sleek y al quimérico.El delfín estaba bastante menos cuerdo que antes: era una máquina de puro odio que solo existía para infligir daño al quimérico.Sky había condicionado a Sleek para que culpara al saboteador de su encierro, y el delfín había asumido el papel del diablo frente al dios en el que Sky se había convertido para el quimérico.Había sido mucho más fácil darle forma así, ofreciéndole una figura de miedo y desprecio, junto con otra a la que reverenciar.De forma lenta pero segura, el quimérico se acercaba al ideal que Sky siempre había tenido en mente.Para cuando lo necesitara (y todavía faltaban años para aquello), el trabajo estaría hecho.—No sé de qué me hablas —le dijo a Constanza.Una mano se apoyó en su hombro.Era Ramírez, el líder del consejo ejecutivo, el órgano de la nave que tenía poder para elegir a alguien para la vacante de la capitanía.Ramírez, decían, era el sucesor más probable de Balcazar.—¿Ya lo estás monopolizando de nuevo, Constanza? —preguntó el hombre.—Solo recordábamos los viejos tiempos —respondió ella—.Nada que no pueda esperar, se lo aseguro.—Nos ha hecho sentir orgullosos, ¿no crees, Constanza? Otros hombres se hubieran sentido tentados de darles a esos tipos el beneficio de la duda, pero no Sky.—No, él no —dijo Constanza antes de alejarse.—En la Flotilla no hay sitio para la duda —dijo Sky mientras observaba a los dos cadáveres hacerse cada vez más pequeños.Hizo un gesto con la cabeza hacia el capitán, tumbado en su propia cabina refrigerada—.Si hay una lección que me enseñó nuestro querido anciano es que nunca se debía dejar espacio para la incertidumbre.—¿Nuestro querido anciano? —Ramírez parecía divertido—.¿Te refieres a Balcazar?—Era como un padre para mí.Nunca volveremos a conocer a nadie como él.Si estuviera vivo, esos hombres no se hubieran librado con una muerte tan indolora como la asfixia.Balcazar hubiera considerado que la única forma de disuasión sería una muerte dolorosa.—Sky lo miró atentamente—.Está de acuerdo, ¿no, señor?—Yo no.presumiría de saberlo.—Ramírez parecía un poco desconcertado, pero parpadeó y siguió hablando—.No tenía grandes conocimientos sobre la mente de Balcazar, Haussmann.Se decía que en los últimos tiempos no estaba en su mejor momento [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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