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.Para la traidora, eso sería la redención y ella sólo merecía el suplicio eterno.No, no podía dejar que ocurriese, no tendría la mala suerte de que lo apresasen, se escondería en sitios apartados donde nadie pudiera encontrarlo.Juntó las partes del cuerpo como quien monta un rompecabezas, lo metió todo en una caja de zapatos, y se encaminó hacia la casa de su suegra sin saber muy bien dónde pisaba.Con una mano se presionó el lado izquierdo del pecho a fin de calmar los redobles de aquella víscera furiosa.Al contrario de lo que solía hacer, dio unas palmadas frente al portón.Su cuñada más joven lo atendió e inmediatamente fue a avisar a su esposa.Ésta había ido a casa de su madre, a dos calles de su casa, a buscar anís estrellado para prepararle una infusión al bebé, que parecía comenzar a sentir cólicos.El asesino se sentía ya vengado, faltaban pocos minutos para ver a su mujer sufriendo como una vaca en el matadero: al fin y al cabo, no era otra cosa que una vaca.El hombre no aceptaba que su hijo fuese blanco, ya que él era negro y la desgraciada de su mujer también.La esposa, pensando precisamente en su hijo, pues era la hora de darle de mamar, se apresuró.Antes de acercarse preguntó por el niño.El asesino, en vez de responder, esperó que ella llegase hasta él, destapó la caja y dijo:—Entrégaselo al padre de tu hijo.¿Pensabas que nunca lo descubriría?La mujer, en un gesto impulsivo, sacó uno de los brazos del niño del interior de la caja.Sólo un hilo de sangre lo unía al resto del cuerpo del bebé.La mujer se desmayó, el hombre se dio a la fuga.Días después lo detuvieron.Un hombre se había emboscado detrás del club el Ocio.Alrededor de las diez de la noche, dijo a su esposa que iba a prestarle una almádena y un cuchillo a un amigo, pero en lugar de eso fue a tomarse unas copas y ahora estaba allí, solo, en la madrugada, dispuesto a lavar su honor.Dos días antes, había seguido a su mujer cuando ésta salía del trabajo.Hacía mucho tiempo que desconfiaba de su compañera.Se quedó tranquilo al ver que había ido directa a la parada; aun así, cogió un taxi para ir detrás del autobús, como hacían los detectives en las películas de la tele.La mujer, en vez de apearse en la parada de costumbre, tocó el timbre a la altura de Los Apês.Al bajar del autobús, miró a todos lados, sin distinguir a su marido dentro del taxi, y abrazó a aquel individuo que pasaba siempre por enfrente de su casa en dirección al Otro Lado del Río.Le dio un beso en la boca y, cogidos de la mano, entraron en un bloque de pisos.«Seguro que van a la casa de algún amigo de él», pensó.El marido regresó a su casa a esperar a su mujer.Cuando llegó, quejándose de cansancio, ella comentó que no quería nada aquella noche, aduciendo que su patrona la había matado a trabajar e incluso la había obligado a quedarse hasta más tarde.El marido estuvo de acuerdo.Al día siguiente, él fue hasta la esquina a controlar la hora a la que el otro pasaba.El desgraciado pasó a las dos de la tarde y hasta lo saludó.Ahora había llegado el momento de que Ricardo cruzase el puente del Ocio.El cabrón lloraba cuando vio a un hombre aparecer en la esquina del mercado Leão.Dejó que el individuo se acercase para asegurarse de que era el mismo que se cepillaba a su mujer.Sostuvo el cuchillo en la mano derecha, la almádena en la izquierda, se agachó y esperó que pasase.Entonces salió de puntillas y, por la espalda, con varios golpes, le cortó la cabeza.Se sacó una bolsa de plástico del bolsillo del pantalón, metió en la bolsa la cabeza ensangrentada y con los ojos desorbitados, volvió a su casa y arrojó la bolsa en el regazo de la adúltera.En el motel, Inho andaba por el pasillo de la segunda planta en busca de víctimas.Quería robar, herir, matar a un fulano cualquiera.Los huéspedes, asustados por los tiros, comprobaban si las puertas estaban cerradas.Inho forzó la primera, la segunda, abrió la tercera después de disparar a la cerradura, como hacían los muchachos de las películas americanas.Una pareja se despertó y recibió unos tiros, aunque la herida no pasó de un arañazo.Los dejó limpios.Irrumpió en otra habitación.El hombre intentó reaccionar y acabó con una herida de bala en el brazo.Inho se disponía a entrar en otra habitación cuando oyó la sirena de la policía.Se tiró de cabeza por la ventana, dio una voltereta en el aire y cayó al suelo; echó a correr.Cuando entró en el bosque, se sentía feliz: había participado activamente en el asalto.Para eso había tramado la llegada de la policía.No soportaba quedarse fuera, donde el tiempo no pasaba, mientras el mundo se agitaba allá dentro.Había deseado que alguna pareja entrase en el motel, así no haría falta simular ninguna situación para poder actuar, pero nada ocurría de verdad, ni la llegada de la policía ni la de nuevos huéspedes.Inferninho, Carlinho Pretinho, Pelé y Pará se internaron en el matorral
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