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.Fue una satisfacción ver a Taizu moviéndose un poco más despacio esa mañana, inclinándose y estirándose yhaciendo muecas, mientras se masajeaba los hombros y se ponía las mangas de la armadura.Decididamente más lenta esa madrugada. ¿Ves? dijo él.Deberías hacer el amor todas las noches.Impide que uno se entumezca.Ella le hizo una mueca.El sonrió y siguió ensillando el caballo. Llevaré uno de los carcaj dijo él. No voy a discutir. Podría llevar uno de los colchones. No voy a discutir eso tampoco.Ni una sola vez sugirió Taizu que quería montar a caballo.porque, pensó él, sabía que caminar le haría cojear alpoco rato.Y nunca se lo echó en cara, ni siquiera cuando él la provocó, ni siquiera cuando él trataba dedesanimarla y persuadirla de que volviera a casa; tal vez lo habría dicho, pensaba él, pero era dulce en el fondode su corazón, y entendía lo que él estaba tratando de hacer, y lo había rechazado la noche anterior con ciertoderecho de su parte.Shoka enrolló las camas por separado y la ayudó a peinarse.Le ofreció las cintas que le habían dado las damasde la aldea, una color naranja y otra roja.Ella sonrió ante el regalo y las ató con la primera, y lo miró, preocupada, como si no estuviera segura de no estarportándose como una tonta.Él sonrió.Los ojos de ella se encendieron.Así que él se dirigió hacia el caballo y montó antes de que una palabra pudiera comenzar otra discusión.El día se entibió y el camino siguió adelante con suavidad, dos líneas de polvo amarillo y sedoso entre matas dehierba baja y salvaje de fines de verano. ¿Quieres cabalgar un rato? le preguntó Shoka, finalmente, pero Taizu meneó la cabeza y se secó un reguerode sudor de la frente. No dijo ella.Gracias, maestro Shoka.Estoy bien. Jiro puede llevar el colchón. No dijo ella alegremente, contenta incluso.Se aupó el colchón en el hombro.Uno no pesa mucho.Él no había dicho ni una sola vez ese día que debían volver.Ella no había dicho ni una sola palabra de enojodesde la mañana.Era una paz seductora.Hacía que un hombre se tentara y pensara en seguir adelante, sinimportar el coste.Pero como el coste era Taizu, él no pensaba hacerlo.Habían estado viendo huellas de ruedas en el polvo amarillo desde el día anterior; eran huellas claras y, de vezen cuando, las hiedras y la hierba aparecían aplastadas, rotas, pero no secas todavía. Hay alguien más adelante dijo Taizu finalmente. Me preguntaba cuándo ibas a notarlo.Ella se volvió y lo miró con el ceño fruncido. Podrían habérnoslo dicho, en la aldea. No les preguntamos, ¿verdad?78 Habría sido decente de su parte decir algo. Supongo que sí.Pero yo soy un señor de Chiyaden.¿Quién habla a un señor de esos detalles? Para esotenemos personal que nos ayuda.Hay una jerarquía en estas cosas.Ella lo miró, burlándose. Bueno, entonces los señores no deben de saber nada de lo que pasa, ¿no es cierto? Yo habría hablado, y yo soycampesina.Yo hubiera pensado que es amable decirle a alguien lo que le espera en el camino. Claro que lo habrías hecho dijo él.Habrías corrido directamente hasta el estribo de un señor y se lohabrías dicho. Ah, no.Habría dejado que él y su caballo cayeran por un puente en mal estado, o se encontraran conforasteros.Si no me gustara el señor, claro.Lo habría hecho.Shoka sonrió. Estoy seguro de eso. Claro que sí. ¿Así es como hacen las cosas en Hua? Nunca dejamos que nuestro señor cayera en un puente, íbamos y decíamos: Señor Kaijeng, deberíais arreglareso.Señor Kaijeng, han pasado unos forasteros por aquí. El señor Kaijeng era un buen hombre. ¿Lo conocisteis? No muy bien.Coincidimos algunas veces.Nunca venía a la corte, excepto en el año de las inundaciones.Entonces vino a pedir ayuda. Yo todavía no había nacido.Shoka pensó en eso y meneó la cabeza pensativo. Bueno, en esa época yo estaba en la corte.Era en tiempos del viejo Emperador.Él señor Kaijeng vino ainformarle sobre la situación.Me impresionó.Era un hombre frugal.Pidió que lo eximieran de los impuestos porese año.Compró seis carros de arroz y telas y los envió a los que arrendaban sus tierras, para que los granjerospudieran conservar sus fuerzas.Había mucha reconstrucción que hacer y si la tierra estaba deshecha, un pueblobien alimentado era como un ejército para una campaña.Ese fue su razonamiento.Impresionó mucho alEmperador y le envió diez carretas de telas y arroz él mismo, y Hua envió de nuevo el cien por cien de losimpuestos al año siguiente, y envió regalos para la mesa del Emperador. Me lo contaron.No le veía la cara.El tono era normal, relajado.Era la primera vez que ella lograba hablar de Hua.No quisopresionar demasiado. Es muy útil ser razonable con la gente dijo Shoka.Una dama debe recordar eso.Eso hizo que ella frunciera el ceño; Taizu, caminando medio de lado para no perderlo de vista, por encima delcolchón enrollado y la espada y el arco, y el carcaj en bandolera. ¡No les digáis mentiras sobre mí! ¿Y qué les digo? Disculpadme, nobles señores, pero soy Saukendar de Yiungei y escolto a esta granjera aHua para que pueda matar al señor Gitu y casarse conmigo.Claro.Ella lo miró con furia y cerró la boca. ¿Y? le preguntó él.Creo que será mejor que seas mi esposa para los que encontremos.Nadie pensará ennada raro mientras estés decentemente casada.Ella miró hacia delante otra vez, a tiempo de esquivar una hiedra muy crecida. Si no os tuviera conmigo dijo ella, para herirlo , habría seguido tras ellos en la noche y ya los habríapasado. Y tendrías una flecha en el cuerpo. Los habría pasado, pero dando un buen rodeo.Sin hacer ruido.Estaría perfectamente bien. Claro que sí, pero pensé que habíamos dicho que no íbamos a discutir sobre eso. Yo no dije eso.Vos lo hicisteis. No es así como lo recuerdo.¿Ves?Había un punto negro en el horizonte hacia delante, donde el camino daba una vuelta para evitar la orilla del río.Taizu miró hacia allá, caminó de puntillas un momento y se estiró para ver mejor. Granjeros o mercaderes dijo finalmente.Carretas. Mercaderes, creo yo.Muchas carretas.Nos va a tomar todo el día alcanzarlas.Para el anochecer, supongo. Eso no les va a gustar. No los culpo.Al menos diez, once, decidió Shoka a medida que las lomas descubrían y ocultaban lentamente a la caravana.que a últimas horas de la tarde los vigilaba con evidente nerviosismo.El río Hoi estaba a la izquierda.A laderecha las colinas se elevaban, desnudas, demasiado empinadas y rocosas para albergar árboles; las Desérticas,las llamaban los habitantes de esas tierras: estaban en el límite de Hoishi y Hosan, un lugar capaz de inquietar almás templado.o al mercader que, sin duda, se adentraba en el Imperio con las carretas llenas de jade en bruto, ytal vez hierro y metales preciosos.79Así que no les sorprendió que los guardias de la caravana se rezagaran.Cuando llegaron hasta ellos, los estabanaguardando, armados, montados sobre peludos caballos de las estepas, con los arcos en las manos y las flechaspreparadas. Con cuidado dijo Shoka, y levantó la mano para mostrar que no llevaba armas.Los guardias no cambiaron de actitud y no lo imitaron.Él no esperaba tal cosa. Podemos salimos del camino dijo Taizu.Por los dioses, no os acerquéis a ellos.No van a querer quepasemos junto a sus carretas y los espiemos. El camino también es nuestro. No quiero que me llenen de flechas. Y yo no quiero que Jiro se lastime los cascos.El suelo es horrible fuera del sendero. Yo tampoco quiero que hieran a Jiro con una flecha.Es un blanco muy grande.Y vos estáis sobre él.Y yo allado. Tranquila, tranquila.Creí que no le tenías miedo a nada. Flechas murmuró Taizu.No me gustan las flechas. Bueno, no están disparando, ¿no? Shoka siguió cabalgando, la mano separada del cuerpo
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