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.Tragué saliva y le mostré la pelota de béisbol, la misma que le había roto las costillas. ¿Cómo haces para conseguir esa trayectoria curva?  le pregunté.La hostil expresión de su rostro se suavizó, y hasta me pareció que intentaba sonreír. Allí  dijo, señalando la hierba que crecía junto al porche.Yo salté del porche y me situé junto asus rodillas.Cowboy tomó la pelota con el pulgar y el índice en contacto directo con las costuras. Así  dijo.Era lo mismo que Pappy me había enseñado. Y después, la sueltas  añadió, girando la muñeca para que los dedos quedaran situados en la parteinferior de la pelota en el momento de lanzarla.No era ninguna novedad.Tomé la pelota e hiceexactamente lo que él me había indicado.Me miró en silencio.El amago de sonrisa había desaparecido, y tuve la impresión de que le dolíamucho. Gracias  dije.Asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.Después observé la punta de la navaja automática, que asomaba por un agujero del bolsillo anteriorderecho de sus pantalones de trabajo.No pude por menos de mirarla.Después lo miré a él y ambosbajamos los ojos hacia el arma.Lentamente, Cowboy la extrajo del bolsillo.El mango era de colorverde oscuro y muy liso, con unos dibujos labrados.La sostuvo en alto para que la contemplara,accionó el resorte y apareció la hoja.Oí un clic y di un respingo. ¿De dónde la sacaste?  quise saber.La pregunta era tonta, y él no contesto. Vuelve a hacerlo  le pedí.En un santiamén, apoyó la hoja contra su pierna, cerró la navaja, la agitó cerca de mi rostro y volvió aabrirla. ¿Me dejas probar?Negó enérgicamente con la cabeza. ¿Has pinchado alguna vez a alguien con ella?  inquirí.Apartó la navaja de mi rostro y me dirigióuna mirada siniestra. A muchos hombres  contestó.Ya había visto suficiente.Me retiré y pasé trotando por delante del silo buscando un lugar donde estarsolo.Dediqué una hora a lanzar pelotas al aire y a atraparlas, esperando desesperadamente que Tallypasara por allí en su camino hacia el arroyo.A primera hora de la mañana del lunes nos reunimos en silencio junto al tractor.Hubiera deseadoregresar a la casa, acostarme en la cama de Ricky y pasarme varios días durmiendo, sin acordarme delalgodón, ni de Hank Spruill, ni de nada que hiciera la vida desagradable.«Podemos descansar eninvierno», solía decir Gran, y era verdad.Una vez recolectado el algodón y arados los campos, nuestrapequeña granja se pasaba los meses fríos en estado de hibernación.Pero a mediados de septiembre el invierno era un sueño lejano.Pappy, el señor Spruill y Miguelestaban hablando cerca del tractor con expresión muy seria.Los demás intentábamos escuchar.Losmexicanos aguardaban agrupados a cierta distancia.Se había elaborado un plan, según el cual éstosempezarían con el algodón que había cerca del establo a fin de que pudieran desplazarse a pie a loscampos.Los de Arkansas trabajaríamos un poco más allá, y el remolque constituiría la línea divisoriaentre los dos grupos.Era imprescindible que Hank y Cowboy estuvieran separados, o de lo contrariose produciría otra muerte. Ya no quiero más problemas  le oí decir a Pappy.Todos sabían que la navaja automática jamás abandonaría el bolsillo de Cowboy, y dudábamos muchoque Hank, a pesar de lo tonto que era, cometiese la estupidez de volver a atacarlo.Durante el desayunode aquella mañana, Pappy había aventurado la hipótesis de que Cowboy quizá no fuera el únicomexicano armado.Bastaría un gesto imprudente por parte de Hank para que aparecieran navajasautomáticas por doquier.El señor Spruill se mostró de acuerdo y le aseguró a mi padre que ya nohabría más problemas.Para entonces, sin embargo, nadie creía que el señor Spruill, o cualquier otrapersona, fuera capaz de controlar a Hank.La víspera había llovido, pero no quedaba ni rastro de ello en los campos; el algodón estaba seco y latierra casi polvorienta [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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