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.“Il Mostro”, el monstruo de Florencia, había hecho estragos entre las parejas toscanas durante diecisiete años, en las décadas de los ochenta y los noventa.Asaltaba a los amantes en cualquiera de los muchos nidos de amor al aire libre de la región.Su pauta era matarlos con una pistola de pequeño calibre, formar con sus cuerpos un meticuloso cuadro adornado con flores y dejar al descubierto el seno izquierdo de la mujer.De sus composiciones se desprendía un aire extrañamente familiar, una sensación de “déjá vu”.El Monstruo se llevaba de la escena del crimen ciertos trofeos anatómicos, excepto la vez que asesinó a una pareja de melenudos homosexuales alemanes, al parecer por error.La presión de la opinión pública sobre la Questura se hizo insoportable y provocó el cese del predecesor de Rinaldo Pazzi.Cuando éste ocupó el puesto de inspector jefe, se sintió como un hombre enfrentado a un enjambre de abejas, con la prensa invadiendo su despacho al menor descuido y los fotógrafos apostados en Via Zara, detrás de la central de la Questura, en el lugar por donde no tenía más remedio que salir con su coche.Los turistas que visitaron Florencia en aquella época nunca olvidarían los omnipresentes carteles en que un único ojo advertía a las parejas contra el monstruo.Pazzi trabajó como un poseso.Se puso en contacto con la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI para que le ayudaran a establecer el perfil psicológico del asesino, y leyó todo lo que pudo conseguir sobre los métodos utilizados por el Bureau.Puso en marcha medidas preventivas, y así, en muchos de los escondites favoritos de las parejas y en los lugares de citas de los cementerios había más policías que enamorados en el interior de los coches.No había suficientes agentes femeninos para cubrir los turnos de vigilancia.En la época calurosa las parejas de agentes masculinos seturnaban para llevar peluca, y muchos tuvieron que sacrificar el bigote.Pazzi predicó con el ejemplo y fue el primero en afeitárselo.El Monstruo era cauteloso.Seguía golpeando, pero al parecer no necesitaba hacerlo a menudo.Pazzi se dio cuenta de que el Monstruo había permanecido inactivo durante largos períodos, el más prolongado de los cuales había durado ocho años, y se concentró en ese hecho.Penosa, laboriosamente, exigiendo ayuda oficinesca de cualquier departamento al que pudiera amenazar, confiscando el ordenador a su sobrino para usarlo con el único de que disponían en la Questura, Pazzi elaboró una lista de todos los delincuentes del norte de Italia cuyos períodos de encarcelamiento coincidieran con la inactividad criminal del Monstruo.Eran noventa y siete.El inspector jefe se adueñó del viejo pero rápido Alfa Romeo GTV de un atracador de bancos encarcelado y, haciendo más de cinco mil kilómetros en un mes, vio personalmente a noventa y cuatro de los sospechosos e hizo que los interrogaran.Los otros estaban incapacitados o muertos.En los escenarios de los crímenes apenas se habían recogido pruebas que permitieran ir descartando sospechosos.Ni fluidos corporales ni huellas dactilares del asesino.Tan sólo se había encontrado un casquillo de bala, en la escena del crimen cometido en Impruneta.Era munición Winchester-Western del calibre 22 con el fulminante alrededor de la base y marcas del extractor que encajaban con una pistola Colt semiautomática, posiblemente una Woodsman.Las balas extraídas de todos los cadáveres eran del mismo calibre y procedían de la misma pistola.No había marcas que indicaran el empleo de un silenciador, pero tal posibilidad no podía descartarse por completo.Como buen Pazzi, el inspector jefe era sobre todo ambicioso, y tenía una joven y encantadora esposa con una boquita que no se cansaba de pedir.Losesfuerzos de su marido arrebataron cinco kilos a su ya magra humanidad.Los miembros más jóvenes de la Questura comentaban a sus espaldas su creciente parecido con el Coyote de los dibujos animados.Cuando alguno de aquellos listillos manipuló el ordenador de la Questura para conseguir que los rostros de los Tres Tenores se convirtieran en las jetas de un burro, un cerdo y una cabra, Pazzi se quedó mirando la pantalla durante un buen rato y le pareció que su propia cara se transformaba una y otra vez en la del burro.La ventana del laboratorio de la Questura estaba adornada con una ristra de ajos para mantener alejados a los malos espíritus.Después de haber visitado y encerrado al último de los sospechosos sin obtener resultados, Pazzi se quedó apoyado en el alféizar mirando al patio interior con desesperación [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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