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.Tengo laesperanza de que si ello sucede Lison est� contigo.y m�s le valdr� que as� sea.Y, ciertamente, ahora Lison est� conmigo, aunque dormido.Sólo yo sigo despierto, aligual que el hombre negro y los centinelas que Hipereides ha dispuesto a nuestroalrededor y junto a las naves.Hace un momento una mujer joven y muy hermosa salió dela nave m�s grande y, al darse cuenta de que la hab�a visto, se me acercó para hablar.Yole pregunt� qui�n era y ella sonr�o.- Pero Latro, si has tenido mi nombre en tus labios durante la mitad del d�a.�Tegustar�a verme m�s gorda y con el cabello rojizo? Puedo hacerlo, si tal es tu deseo.- No - repuse -.Eres mucho m�s hermosa que esa imagen tuya de la vela.Su sonrisa se desvaneció al o�rme.- Y, sin embargo, las muchachas m�s feas son siempre las m�s afortunadas.Preg�ntale si no a tu peque�a Io.No la comprend� y creo que ella se dio cuenta, pero no quiso explicarme el significadode sus palabras.- Me he detenido un instante para decirte que voy a ver a la Gran Madre - me explicó -.En tiempos fui sacerdotisa suya y, aunque hace mucho que me arrebataron de su lado,puede que a�n signifique algo para ella, por poco que sea.T� amaste mi belleza en ested�a y por ello le pedir� que sea amable contigo.- �Es compasiva? - le pregunt�, recordando lo que me hab�a dicho el se�or de lamuerte.Europa meneó la cabeza.- A veces es amable y buena - contestó -, pero entre los muertos no existe lacompasión.Luego fue hasta el risco y en �ste se abrió una puerta para dejarla pasar.Ahora hayotra mujer en el barco.La veo caminar de un lado a otro de la cubierta bajo la claridadlunar, como si estuviera meditando.Lleva en la cabeza un casco con un gran penacho,como el de Hipereides, y en su escudo se retuercen muchas serpientes.Su rostro me recuerda el de Oior, pero no tal y como lo he visto siempre sino como lo vial volverme hacia atr�s antes de marcharme y le encontr� inclinado sobre el arqueromuerto.Cuando lo encontr� en la playa y cuando hablamos en lo alto del risco, su rostromoreno y curtido por el sol era tan franco y abierto como el de cualquier marinero, aunqueno poseyera su vivacidad y su astucia naturales; era un rostro fuerte y sencillo como loson los del buey o el corcel del guerrero.Creo que se parec�a bastante al m�o y a�n megustó m�s por esa razón.Pero cuando me volv� a mirarle antes de bajar por la cuesta, su rostro hab�a cambiadopor completo aunque todos sus rasgos fueran id�nticos.Se hab�a convertido en el rostrode la peor especie posible de erudito, aquella de los hombres que han estudiado muchascosas escondidas a la gente com�n y que se han vuelto tan sabios como corruptos conese estudio.Al ver el cuerpo muerto del arquero, sonrió y acarició su l�vida mejilla igualque una madre acaricia la de su hijo.Debo recordar eso.12 - La Diosa del AmorLa Se�ora de las Palomas ha bendecido nuevamente este lugar.Su estatua fuederribada por los b�rbaros y �stos le rompieron las dos manos.Cuando llegamos, elhombre negro y yo la pusimos de nuevo erguida sobre su pedestal; P�ndaro dice que setrata de un acto piadoso que con toda seguridad nos traer� sus favores.Aunque sus manos siguen yaciendo a sus pies con las palomas posadas a�n en sus dedos, ella es ladiosa m�s bella.Pero hay gran cantidad de cosas que deseo registrar aqu� mientras a�n soy capaz derecordarlas.Llegamos a la Bah�a de la Paz a media ma�ana, creo, aunque eso est� perdido yaentre la niebla.El primer acontecimiento del d�a que puedo recordar claramente es laimagen de las chozas que se extend�an por las laderas, muchas de ellas carentes detechumbre.Seg�n me contó Hipereides, fue en esta isla donde hallaron refugio los pobres de suciudad cuando llegó el ej�rcito del Gran Rey; y en ella permaneció la mayor parte de ellosincluso despu�s de la batalla de la Paz, temiendo que el ej�rcito pudiera volver.Ahoraque se ha logrado por fin una victoria decisiva en tierra, est�n abandonando sus chozas yvuelven a la ciudad.En la costa este de la isla hay tres bah�as, y la ciudad de la Paz se halla en la m�smeridional de las tres.En ella viven las familias m�s ricas que huyeron de la ciudad paravenir aqu�, habiendo tenido que pagar un caro precio por sus viviendas.Atracamos en labah�a central, pues Hipereides ten�a la esperanza de que fuera posible devolver algunasde esas familias pobres a su hogar.- Adem�s - me dijo -, aqu� est�bamos antes de la batalla.Las familias de casi todos mishombres viven aqu�, y tambi�n se encuentra en esta bah�a gente que nos ayudó mucho.P�ndaro, que estaba junto a m� escuchando tambi�n a Hipereides, pareció interesado yme dijo:- Latro, tu herida tuvo lugar en esa batalla que les ha liberado permiti�ndoles volver asus casas [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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